Abelardo de Armas reflexiona sobre la mirada de Jesús. Explica que le taparon los ojos para golpearle, porque ¿quién puede golpear un rostro en el que los ojos miran sin odio y expresan ternura? No podían soportar su mirada. Aquellos ojos se posaban serenos, dulces, acariciadores. Ni siquiera reprendían. Perdonaban.