Consecuencia del pecado original, nuestro cerebro suele funcionar con una "lógica de la escasez" que nos vuelve codiciosos y egoístas, y que nos empuja a encerrarnos en errores y grupos privilegiados donde aseguremos transacciones entre iguales, o que nos empujen hacia arriba: más ganancia, mejor posición o más poder. Esa lógica deja por fuera a los más pobres y en cierto sentido los vuelve "invisibles". Al mismo tiempo, nos atrapa en "jaulas de oro", que a la larga son prisiones que anticipan la soledad y el tormento del infierno. La única respuesta es descubrir, recibir y participar de la generosidad de Dios.