Globalización económica: ¿maldición o bendición? Juergen B. Donges (Audio en epañol)

Published: April 8, 2021, 8:49 a.m.

El 4 de abril de 2017 tuvo lugar en la Fundación Rafael del Pino la conferencia magistral de Juergen B. Donges, catedrático emérito de la Universidad de Colonia, bajo el título “Globalización económica: ¿maldición o bendición?”. Donges comenzó su disertación recordando que las críticas a la globalización no son un fenómeno nuevo. Por el contrario, ya se dieron en la década de los 90, solo que entonces los gobernantes se mantuvieron firmes en la defensa de la libertad de mercado. Ahora, en cambio, son los propios dirigentes políticos los que se suman a las críticas. Primero fue Hollande quien, después de las primeras protestas, dijo que el TTIP estaba muerto. Luego vino el ministro de Economía alemán con lo mismo. Y después llegó Donald Trump. ¿Por qué pasa esto? En primer lugar, a causa de la disonancia cognitiva, es decir, la tendencia a percibir lo negativo como mucho peor de lo que es y los positivo como normal. Si cierran las empresas a causa de la globalización, porque no están adaptadas a ella, ese hecho se percibe como un drama; las cosas buenas, como los smartphones o la posibilidad de viajar por el mundo, en cambio, se consideran normales. Y esto se debe a que los políticos y los medios de comunicación han hecho muy poca pedagogía para corregir estas percepciones. En segundo lugar, se encuentra la alianza nefasta de grupos muy dispares en su forma de pensar: populistas, activistas de las ONG, dirigentes sindicales (qué no buscan cuáles son las verdaderas razones del paro), defensores del consumidor, ecologistas, iglesias, grupos económicos particulares (agricultores, industria cultural…), etc. A ellos se ha unido ahora la señora May con el Brexit, que lo que pretende es un sistema de tratados comerciales bilaterales que fragmenta el orden liberal. Y también Trump, con su American First. Nunca ha habido en Estados Unidos un proteccionista de este tipo, al que no le importan las consecuencias que puedan acarrear sus acciones. Los argumentos que esgrimen es que la globalización restringe la soberanía nacional, que la competencia fiscal no es buena, que la globalización incita las deslocalizaciones y aumenta las desigualdades, que erosiona los derechos sociales, que deteriora el medio ambiente… La realidad, sin embargo, es más compleja y muy diferente de lo que se dice. Los países avanzados registrar niveles de crecimiento y de empleo aceptables y los gobiernos aplican políticas sociales, los países del Tercer Mundo salen adelante gracias a la globalización, la brecha norte-sur ha disminuido, los niveles de pobreza han bajado y las causas de la mayoría de los problemas económicos de los países son locales. El problema es que, en estos tiempos, los hechos contrastables no cuentan, de lo que resulta que, hoy en día, el neoliberalismo es para mucha gente la causa de todos los males, cuando quienes lanzan este tipo de críticas no saben lo que es el liberalismo. Si queremos crecimiento económico, tenemos que tener cambios estructurales. Los sectores en declive y las personas sin cualificación lo pasarán mal, pero hay que tener en cuenta que los cambios estructurales no se deben a la globalización, sino al progreso tecnológico, y esto va a seguir siendo así, al contrario de lo que afirman los críticos de la globalización. Lo mejor que puede hacer un país es especializarse en lo que puede hacer mejor. Es lo que han hecho los países avanzados y esas son sus ventajas, aunque haya perdedores. El proteccionismo no resuelve el problema. En este sentido, la experiencia nos enseña que podemos terminar en una guerra comercial y cambiaria. La respuesta tiene que ir por otro camino. En primer lugar, los gobiernos deben establecer las condiciones adecuadas para la innovación con el fin de que se pueda crear empleo. Además, la globalización impone una presión saludable para que los gobiernos apliquen políticas económicas sensatas. Y debemos tener en cuenta que podemos asumir esos retos, no solo a través de las políticas, sino también de nuestros propios esfuerzos. La globalización, por tanto, no es una maldición, sino una bendición.